Lux es el resultado de un feliz accidente, un disco que existe cuando nadie, ni siquiera su propia firmante, había previsto que se erigiese en carta de presentación. La pontevedresa empezaba a sonar en los mentideros de la escena gallega, sobre todo a raíz de que en diciembre del fatídico 2020 se erigiera en ganadora del concurso para jóvenes talentos musicales que convoca la Fundación Paideia. Pero lo que ahora nos atañe no figuraba en ningún cálculo previo.
El premio consistía en la grabación de un pequeño EP integrado por cuatro canciones, pero aún faltaba el estreno definitivo, la puesta de largo. Y en uno de los conciertos con los que Rey iba fogueándose ante un público aún restringido, movido más por la curiosidad que por el conocimiento previo de la artista, su equipo pulsó la tecla rec. A los pocos días, repasando aquella grabación que debía servir solo como testimonio privado, Leticia y su equipo cayeron en la cuenta de que lo sucedido sobre las tablas difícilmente podría superarse, en magia, calidez y comunicación, con cualquier registro más académico entre las cuatro paredes de un estudio. Y así decidieron conceder a aquella grabación la categoría de álbum de debut: este del que ahora disfrutamos como una feliz revelación noroccidental.
A Rey le cuesta asumir etiquetas o categorizaciones, pero lo suyo se acerca mucho al pop o canción de autor con envoltorio jazzístico. Influye, sin duda, el hecho de que al frente de su trío acompañante se sitúe Iago Mouriño, un pianista joven y ubicuo en el panorama gallego, proveniente de la clásica (escúchenle en el maravilloso prólogo de Sway) pero muy impregnado ya del veneno del jazz, más aún cuando dispone de margen para ensimismarse en algún solo estupendo (Run for my life) o pasa del formato acústico al teclado eléctrico, como en Orange light. Mouriño, el bajista Jorge Quesada y el batería Óscar Quintáns arropan a la cantautora y guitarrista titular para que su voz vulnerable, hermosa y progresivamente envolvente acabe apoderándose de toda la estancia. Siempre desde la sutilidad; sin alzar la voz, midiendo los melismas, emocionando más a medida que se prolonga la exposición a su hechizo.
Y así es como, poco a poco, la luz de Rey acaba impregnándolo todo. La de Vila de Cruces (Pontevedra) es filóloga inglesa y tiende a utilizar esa lengua en la gran mayoría de las ocasiones, pero puede que vaya evolucionando en esa querencia. Porque con Tal vez, una de las dos piezas en castellano, se abolera y vuelve más descarnada, casi como una Ana Belén joven y envuelta en el frescor del Atlántico.
Puede que un debut más ortodoxo hubiera restringido el número de baladas y salpimentado el producto final con algún tema de acceso más ágil e instantáneo, de la misma manera que en el estudio habría habido margen para pulir pequeños detalles de afinación o expresión. Pero son mínimas imperfecciones que damos por bien empleadas. A cambio, nos llega un descubrimiento sustancial, descarnado. Obligatorio para quienes hayan suspirado con Andrea Motis, Cécile McLorint Salvant o recuerden nuestras llamadas de atención en torno a Laura Henderson. Sumen el nombre de Leticia, por favor, a esa lista de mujeres distinguidas.